¿Qué significan las letanías lauretanas?

Las letanías a la Virgen, o también llamadas Lauretanas, como aparece en las Constituciones de los Sumos Pontífices: Sixto V, Clemente VIII, Alejandro VII, etc., son llamadas así porque este rezo se usó por primera vez en el Santuario de Loreto. El uso de las Letanías es antiquísimo, inclusive se remonta a los primeros siglos de la Iglesia… La más antigua es la Letanía de los santos, pero también existen otras aprobadas por la Santa Iglesia.

La Letanía Lauretana se compone de una serie de invocaciones a María, de títulos de honor que los santos Padres y Papas han dado, títulos que se fundan principalmente en la única e incomunicable dignidad de María y su relación con la Santísima Trinidad: Hija del Padre, Madre de Dios y Esposa del Espíritu Santo.

Se dividen en grupos o bloques para exaltar y honrar las características de María:

  • Santa
  • Madre
  • Virgen
  • Corredentora
  • Reina


Las letanías comienzan invocando a la Cristo que tenga piedad y escuche nuestras súplicas y las lleve delante de su Santísima Madre y a la Santísima Trinidad (Dios uno y trino) que derrame sobre nosotros su Gracia y Misericordia.

Señor, ten piedad,
Cristo ten piedad,
Señor ten piedad,
Cristo óyenos,
Cristo escúchanos,
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros
Dios, Hijo redentor del mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Santísima Trinidad que es un sólo Dios

Las siguientes reflexiones están basadas principalmente en el Tratado de la Verdadera Devoción (TVD en adelante) de San Luis María Grignon de Monfort (†1716) y el Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (TESL en adelante) de San Ambrosio (†397, Padre y Doctor de la Iglesia).

Sancta María (Santa María)

El Evangelio de san Lucas revela el nombre de la Virgen que llevó al Hijo de Dios en su seno.
(Lc 1:26-27):

In mense autem sexto missus est angelus Gabrihel a Deo in civitatem Galilææ cui nomen Nazareth 27.ad virginem desponsatam viro cui nomen erat Joseph de domo David et nomen virginis Maria.

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel 
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

¿Que mejor modelo de santidad que María? San Ambrosio (Padre y Doctor De la Iglesia) dice de María: «Era virgen. No solamente en el cuerpo, sino en el espíritu, ella cuyas astucias del pecado jamás han alterado su pureza : humilde de corazón, reflejada en sus propósitos como prudente, cuidada en sus palabras y ávida de lectura ; ponía su esperanza no en la incertidumbre de sus riquezas, sino en la oración de los pobres ; aplicada a la obra, reservada, tomaba por juez de su alma no al hombre, sino a Dios ; no hiriendo a nadie, acogida por todos, llena de respeto por los ancianos, sin celo por los de su edad, huía de la jactancia, seguía la razón, amaba la virtud…Ninguna rareza en su mirada, ninguna licencia en sus palabras, ninguna imprudencia en sus actos ; nada erróneo en sus gestos, ninguna dejadez en su paso o insolencia en su voz : su actitud exterior era la imagen misma de su alma, el reflejo de su rectitud. Una buena casa debe reconocerse en su vestíbulo, y mostrar desde su entrada que no hay en ella tinieblas ; así nuestra alma debe, sin que le estorbe el cuerpo, arrojar luz al exterior, parecida a la lámpara que extiende su claridad desde el interior.»

Sancta Dei Genetrix (Santa Madre de Dios)

Es uno de los misterios más hermosos de nuestra fe, Dios en la segunda persona de la Santísima Trinidad, se hace carne y habita entre nosotros (Jo 1:14). Dios uno y trino, 1 sola naturaleza divina y 3 personas distintas, en la segunda persona de la Santísima Trinidad asume la naturaleza humana. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre, nace de Santa María Virgen. Por lo que sin duda alguna proclamamos que María es la Santísima Madre de Dios.

En palabras de San Josemaría: «Cuando la Virgen respondió que sí, libremente, a aquellos designios que el Creador le revelaba, el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces, verdadero Hombre; Unigénito eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo encarnado, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha unido a sí para siempre —sin confusión— la naturaleza humana. Podemos decir bien alto a la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: Madre de Dios.

La Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y está llena de gracia, es siempre virgen, subió en cuerpo y alma a los cielos, ha sido coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de los santos. Más que Ella, sólo Dios. La Santísima Virgen, por ser Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.»

Sancta Virgo Vírginum (Santa Virgen de las Vírgenes)

María, la Santísima Madre de Dios, al ser concebida sin pecado original, llegó al máximo de todas las virtudes, pero no la llamamos por ejemplo la «Justa María» o la «Paciente María», aunque lo es. No. La llamamos, y no por casualidad, por una virtud en especial… la virtud de la pureza… la Virgen María.

Preservó su virginidad antes, durante y después parto. En efecto, el nacimiento de Cristo «lejos de disminuir consagró la integridad virginal» de su madre (LG 57). Es por esto que María es modelo de todas las vírgenes, es decir, de todas las personas que preservan su virginidad corporal (llegan puros al matrimonio) y espiritual.

A Ella se dirigen las alabanzas de Salomón en el Cantar de los Cantares: «Ven, paloma mía, inmaculada mía; ya ha pasado el invierno y han cesado las lluvias«, y añade «Ven del Líbano y serás coronada

Con razón es invitada a bajar del Líbano, ya que Líbano significa blancura refulgente. María refulgía en méritos y en virtudes innumerables, y era más blanca que la nieve más pura. Colmada con los dones del Espíritu Santo, ella muestra en todo la simplicidad de la paloma, porque la pureza y la simplicidad están en todo cuanto obra; todo en ella es verdad y gracia, todo es misericordia y justicia, justicia celestial; ella es inmaculada, en ella no hay mancha alguna. Concibió a un hombre en su seno, como lo atestigua Jeremías, sin perder su virginidad.

Lo que nosotros celebramos en las vírgenes no es tampoco el que sean vírgenes sin más, sino el que sean vírgenes consagradas a Dios a través de una continencia que nace de la piedad. Pues -dice San Agustín- me parece más dichosa la mujer casada que la soltera que piensa casarse, pues aquélla posee ya lo que ésta todavía desea, sobre todo si aún no está siquiera prometida a nadie. La casada se preocupa de agradar al único varón al que ha sido entregada; la soltera se esfuerza por agradar a muchos, al no saber a quién será dada como esposa. El hecho de no buscar entre esos muchos hombres un adúltero sino un marido es lo que salvaguarda ante la muchedumbre la pureza de su pensamiento y la castidad de su alma.

Mater Christi (Madre de Cristo)

Del Catecismo De la Iglesia Católica (n. 485-487):
«La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es «el Señor que da la vida», haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.

El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es «Cristo», es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt 1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará «cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hch 10, 38).

Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.»

¡Bienaventurados los que habéis oído y creído!, pues toda alma que cree, concibe y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. (TESL n.26)

Mater Ecclésiæ (Madre de la Iglesia)

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» (Jo 19:26-27). Sabemos que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, siendo Cristo la cabeza, por lo tanto, María al ser madre de Cristo es también Madre de la Iglesia. Jesús siendo la cabeza de ese cuerpo místico y María en el corazón.

San Ambrosio dice: «María, Madre del Señor, estaba ante la cruz de su Hijo. Nadie me enseñó esto, sino San Juan Evangelista. Otros describieron el trastorno del mundo en la pasión del Señor; el cielo cubierto de tinieblas, ocultándose el sol y el buen ladrón recibido en el Paraíso, después de su confesión piadosa. San Juan escribió lo que los otros se callaron, de cómo puesto en la cruz llamó Jesús a su Madre, y cómo considerado vencedor de la muerte, tributaba a su Madre los oficios de amor filial y daba el reino de los cielos. Pues si es piadoso perdonar al ladrón, mucho más lo es el homenaje de piedad con que con tanto afecto es honrada la Madre por el Hijo: «He aquí tu hijo». «He aquí a tu Madre». Cristo testaba desde la cruz y repartía entre su Madre y su discípulo los deberes de su cariño. Otorgaba el Señor, no sólo testamento público, sino también doméstico; y este testamento era refrendado por Juan. ¡Digno testimonio de tal testador! Rico testamento, no de dinero, sino de vida eterna; no escrito con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo ( 2Cor 3) y pluma de lengua, que escribe velozmente ( Sal 44,2). Pero María se mostró a la altura de la dignidad que correspondía a la Madre de Cristo. Cuando huyeron los Apóstoles, estaba en pie ante la cruz, mirando las llagas de su Hijo, no como quien espera la muerte de su tesoro, sino la salvación del mundo. Y aun quizás porque conociendo la redención del mundo por la muerte de su Hijo, ella deseaba contribuir con algo a la redención universal, conformando su corazón con el del Salvador. Pero Jesús no necesitaba de auxiliadora para la redención de todos los que sin ayuda había conservado 1. Por eso dice: «He sido hecho hombre sin auxiliador, libre entre los muertos» ( Sal 87,5). Aceptó, en verdad, el afecto maternal, pero no buscó el auxilio ajeno. Imitad, madres piadosas, a ésta, que tan heroico ejemplo dio de amor maternal a su amantísimo Hijo único. Porque ni vosotras tendréis más cariñosos hijos, ni esperaba la Virgen el consuelo de poder tener otro.»

La forma en que procedieron las tres divinas personas de la Santísima Trinidad en la Encarnación y primera venida de Jesucristo, la prosiguen todos los días, de manera invisible, en la Santa Iglesia, y la mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo. (TVD n.22)

Mater divínæ grátiæ (Madre de la divina gracia)

Dios Padre creó un depósito de todas las aguas, y lo llamó mar. Creó un depósito de todas las gracias, y lo llamó María.

Dios omnipotente posee un tesoro o almacén riquísimo en el que ha encerrado lo más hermoso, refulgente, especial y precioso que tiene, incluido su propio Hijo. Este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el tesoro del Señor, de cuya plenitud se enriquecen los hombres.

Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de todo cuanto el Padre le dió en herencia. Por medio de ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.

Dios Espíritu Santo comunicó sus dones a María, su fiel Esposa, y la escogió por dispensadora de todo cuanto posee. Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios, que quiere que todo lo tengamos por María. Porque así será enriquecida, ensalzada y honrada por el Altísimo la que durante su vida se empobreció, humilló y ocultó hasta el fondo de la nada por su profunda humildad. Estos son los sentimientos de la Iglesia de los Santos Padres. (TVD n.24-26)

Mater puríssima (Madre purísima)

Dijo bien ambas cosas la Sagrada Escritura: que sería desposada y Virgen. Prosigue, pues, diciendo «desposada». Virgen, para que constase que desconocía la unión marital. Desposada, para que quedase ilesa de la infamia de una virginidad manchada, cuando su fecundidad pareciese signo de corrupción. Quiso más bien el Señor que algunos dudasen de su nacimiento que de la pureza de su Madre.

La Virgen encontró gracia delante de Dios porque, adornando su propia alma con el brillo de la pureza, preparó al Señor una habitación agradable. Y no sólo conservó inviolable la virginidad, sino que también custodió su conciencia inmaculada.

En vista de la maternidad divina y la misión corredentora de María, la Providencia aplicó en beneficio de Ella, de modo único y excelso, los méritos de la preciosísima Sangre de Cristo. De esta manera, en previsión de la futura Pasión y Muerte de Jesús, la Santísima Virgen fue santificada desde el primer instante de su concepción, viéndose no sólo libre del pecado original y de todas sus consecuencias, sino también colmada con una plenitud de gracia que no haría sino aumentar a lo largo de su existencia.

En Ella no hubo la más mínima huella de cualquier género de inclinación a la concupiscencia; por el contrario, su alma se conservó en una armonía plena, siempre sumisa a la voluntad de Dios por su correspondencia a todas las mociones de la Gracia. Sus pasiones estaban subordinadas a la razón, iluminada por la fe. Era, en consecuencia, una criatura virginal, dotada con un don de integridad súper excelente, orientada a la más sublime perfección.

Debemos contemplar la perfección de María. Interesa saber a qué grado llegó la pureza de Nuestra Señora para valorar hasta qué punto debemos llegar si queremos estar en presencia de Dios por la eternidad.

Mater castíssima (Madre castísima)

Cuando hablamos de castidad solemos pensar solamente en el aspecto físico, así al llamar a María Madre Castísima, pudiéramos caer en el error de limitarnos a pensar en ella sólo como “virgen antes, durante y después del parto”; sin embargo, el título “Madre Castísima” se refiere al brillo de la virginidad en cuanto al alma, esto es a la perfecta pureza de pensamientos y afectos. María conservó durante toda su vida esta pura castidad del alma.

Después de la caída de Adán, habiéndose rebelado los sentidos contra la razón, la virtud de la castidad es para los hombres muy difícil de practicar. Entre todas las luchas, dice San Agustín, las más duras son las batallas de la castidad, en la que la lucha es diaria y rara la victoria. Pero sea siempre alabado el Señor que nos ha dado en María un excelente ejemplar de esta virtud.

La hermosura de la Virgen, dice Santo Tomás, animaba a la castidad a quienes la contemplaban. San José, afirma San Jerónimo, se mantuvo virgen por ser el esposo de María. Dice San Ambrosio: El que guarda la castidad es un ángel, el que la pierde es un demonio.

Mater intemerata (Madre incorrupta)

Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (Is 7, 14).

Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (Lc 1, 41-45); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (Lc 2, 34-35). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (Lc 2, 41-51).

Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte.

Mater involata (Madre siempre Virgen)

La Virginidad perpetua de María, dogma de fe. María conservó siempre intacta, con una pureza única, su cuerpo y su alma. Por lo que se la llama “Virgen perpetua” o “siempre Virgen”.

La virginidad antes del parto se refiere particularmente al hecho de la concepción de Jesús en el seno materno. María concibe al Verbo encarnado sin concurso de varón, por una intervención positiva del Espíritu Santo, pero también de su virginidad de alma, por que la Santísima Virgen María fue concebida sin pecado original, y con ello desde su concepción participó de la gracia de Dios que le permitió cada día crecer en todas las virtudes y dones del Espíritu Santo. La virginidad en el parto supone la ausencia de lesión orgánica y del dolor que naturalmente acompañan al alumbramiento, fue preservada de los dolores de parto, porque ese fue uno de las consecuencias del pecado de Eva, por lo tanto, la Nueva Eva fue preservada inclusive de los dolores de parto. La virginidad después del parto excluye toda nueva generación después del nacimiento de Jesús, pero sobre todo, hace referencia a su alma que permaneció intacta toda la vida, inclusive algunos teólogos afirman que Jesús, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, no permitió ni siquiera que el demonio tentara a su Santísima Madre.

Madre sin mancha expresa la limpieza de los sentidos externos. La causa de la admirable Pureza Virginal de María no fue la exención en Ella del pecado original, la primera y más eficaz razón fue la Gracia de Dios, pero Ella cooperó a esta gracia con todos los medios, guardando rigurosamente sus sentidos externos, sus ojos para la contemplación de todas las cosas en las que encontraba los vestigios de Dios, de la sabiduría y del poder divinos: los oídos y la boca para escuchar y para pronunciar las alabanzas de Dios. Ella hacia en este mundo lo que los ángeles hacen en el cielo y mejor aún que ellos: amar y alabar a Dios.

Mater Immaculata (Madre inmaculada)

María, la Madre de Dios, sólo tiene personalidad humana, pero es la más sublime de las criaturas, la máxima realización en el mundo creado e incluso en el mundo de las criaturas posibles que no llegaron a ser creadas. Desde toda la eternidad fue causa de alegría para las tres Personas Divinas. Podemos imaginar que, al contemplarla, el Padre exclamase: “¡Ella será mi Hija!”; el Hijo dijese: “¡Ella será mi Madre!”; y el Espíritu Santo: “¡Ella será mi Esposa!”. Y, deteniéndose en el amor a Ella, la colmaron de todo cuanto le convenía entre las bellezas de la creación y de los tesoros de la gracia, coronándola con un singularísimo don: la Inmaculada Concepción.

En el año 1854, Pío IX, con la bula Ineffabilis, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción: «…Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles» (DS, 2.803).

Mater amabilis (Madre amable)

Recordemos el siguiente pasaje del evangelio de san Lucas: «Por aquellos días, levantándose María, se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en la casa de Zacarías y saludo a Isabel.»

También el ángel que anunciaban los misterios, para inducir a creer por un hecho, anunciado a María, una virgen, la maternidad de una esposa anciana y estéril, mostrando de este modo que Dios puede hacer todo cuanto le agrada. Desde que oyó esto María, entendió esto como un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a la montaña. Llena De Dios, ¿podía ella no levantarse presurosa hacia las alturas? Aprender también, piadosas mujeres, con que apresuramiento habéis de ayudar a vuestros parientes que han de ser madres. La Virgen se dispone a subir las montañas, la Virgen que piensa servir y olvida su pena; su caridad le da fuerza, deja su casa y marcha.

Aprended, a no corretear por casas ajenas, a no entretenerse en las plazas, a no prolongar la conversación en las vías públicas. María es tranquila en casa y se apresura en el camino. Permaneció con su prima tres meses; pues habiendo venido para hacer un servicio, le salía del corazón. Permaneció tres meses, no por el placer de estar en una casa extraña, sino por servir.

Mater admirábilis (Madre admirable)

Un signo grande apareció en el cielo. “Signo grande, prodigio asombroso, milagro prodigioso apareció en el cielo. Una mujer revestida del sol con la luna bajo sus pies, que tenía en su cabeza una corona de doce estrellas”. ¿Qué prodigio es éste? ¿Quién es esta mujer milagrosa? San Epifanio, san Agustín, san Bernardo, y otros santos doctores son concordes en que es la Reina de las mujeres, soberana de los hombres y los ángeles, Virgen de vírgenes, la mujer que llevó en sus entrañas virginales un hombre perfecto, un Hombre-Dios, Mujer que rodeaba a un varón (Jer 31, 22).

La reviste el sol eterno de la divinidad. La enriquecen las perfecciones de la esencia divina que la rodea hasta el punto que está del todo transformada en luz y sabiduría, en poder y bondad, en la santidad de Dios y en las demás grandezas. La luna está bajo sus pies, como si todo el mundo estuviera debajo de ella. Solo Dios está por encima de ella y goza de poder absoluto sobre todas las criaturas.

¿Por qué el Espíritu Santo le asigna la calidad de “Gran milagro? Para que conozcamos que es todo milagrosa. Quiere anunciar por doquier las maravillas de que está colmada. La quiere poner ante los ojos de todos los habitantes del cielo y de la tierra como una portento digno de admiración. Quiere que sea objeto de embeleso para ángeles y hombres.

Con este mismo propósito el Espíritu divino hace que en todo el universo se cante este glorioso elogio: Madre admirable. Con toda razón es llamada con este nombre. En verdad, eres admirable en todo y de todas las maneras.

Mater boni concilii (Madre del buen consejo)

Dijo la Madre de Jesús a éste: «No tienen vino» Díjole Jesús: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora» Dijo su Madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga». (Jn 2: 3-5).

Vemos aquí que la intercesión de la Madre, sirvió de principio a los milagros de Jesucristo…Pero ya había empezado a revelarse tal como era por medio de San Juan, y por las palabras que decía a sus discípulos. Pero quién mejor que María para entender la revelación, para entender lo dicho por los profetas, para entender las mismas palabras de Jesús que en lo oculto enseñó durante 30 años a su Madre. Por esto dice San Lucas: «María conservaba todas estas palabras, examinándolas en su corazón» ( Lc 2,19). Esta es la causa por la cual ya antes no le había incitado a que hiciese milagro alguno, mas ya había llegado el tiempo de su manifestación… y como oyó que Juan daba testimonio de El, y como ya tenía discípulos, ruega con confianza al Señor e intercede por los novios.

Cuando se nos hace difícil creer o recurrir a otras personas buscando respuestas y consejos para resolver crisis y problemas, podemos siempre acudir a Nuestra Madre del Buen Consejo que siempre está lista para escucharnos. De seguro que ella nos dará siempre la mejor respuesta: «Hagan lo que Él les diga». Nos pide imitarla a ella, quien en toda su vida su respuesta fue un continuo «sí» a la voluntad de su Divino Hijo. María, el modelo más perfecto del cristiano, no hay mejor consejera de María, maestra por excelencia de fe y de obra. Ella vendrá siempre a nuestra ayuda.

Mater Creatoris (Madre del Creador)

Sabemos sin duda alguna que María es Madre de Jesús, del Dios que se humilló hasta tomar la naturaleza humana y habitó entre nosotros. Pero, ¿cómo puede ser María la madre de su creador? Este misterio es tan hermoso y tan profundo que tratar de explicarlo apenas entorpecería la reflexión. Por lo que de antemano ofrezco un disculpa.

Muchas veces, se piensa que únicamente Dios Padre es el autor de la Creación, pero los primeros versículos del Génesis demuestran ya el gran misterio de la Santísima Trinidad: «Al principio creó Dios (1ra Persona de Dios Uno y Trino)… el Espíritu De Dios (3ra Persona) ser cernía sobre… las aguas. Dijo Dios (2da Persona) : Haya luz…»(Gn1: 1-3). Por mandato del Verbo de Dios se creó la luz.

Cuántas veces repitió Jesús a sus discípulos «El Padre y Yo somos uno mismo» (Jn 10:30), es más, san Juan empieza así su Evangelio: «En el Principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él.» (Jn 1:1,3).

Este título de María, Madre del Creador, apenas nos ayuda a gustar cuan íntimamente unida esta la Santísima Virgen María a la Santísima Trinidad, y la importancia de María en la salvación del hombre.

Mater Salvatoris (Madre del Salvador)

La gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria, a la gracia. Es cierto, por tanto, que Nuestro Señor es todavía en el cielo Hijo de María, como lo fue en la tierra, y por consiguiente, conserva para con Ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello no le manda, como haría una madre a su hijo aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria -que transforma en Él a todos los santos-, no pide, ni quiere, ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.

Por tanto, cuando leemos en San Bernardo, San Buenaventura, San Bernardino y otros que en el cielo y en la tierra todo -inclusive el mismo Dios- está sometido a la Santísima Virgen, quieren decir que la autoridad que Dios le confiere es tan grande que parece como si tuviera el mismo poder que Dios, y que sus plegarias y súplicas son tan poderosas ante Dios, que valen como mandatos de la divina Majestad. La cual no desoye jamás las súplicas de su querida Madre, porque son siempre humildes y conformes con la voluntad divina.

Mater misericordiæ (Madre de misericordia)

«Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador». La alegría de María no se explica solo porque Dios ha entrado en su vida, sino porque, a través de Ella, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros, «acordándose de su misericordia para siempre».

La misericordia es el amor alegre de Dios que viene al encuentro de un mundo entristecido, un «valle de lágrimas»[10]. Dios «sale como esposo de su alcoba, alegre, como un héroe, a recorrer su camino» (Sal 19 [18],7): viene con su cariño, con su perdón, con su comprensión… Viene sobre todo con la alegría del Espíritu Santo, caridad increada, que es la fuente continua de su misericordia, porque solo desde la alegría se tienen fuerzas para perdonar sin reservas y sin límites. Esta alegría de Dios es también el horizonte de su misericordia, porque nos ha creado para Él; quiere salvarnos de la tristeza del pecado para darnos una felicidad que nadie nos podrá quitar.

Por eso canta con María: «me llamarán bienaventurada todas las generaciones». Todas las generaciones de los hombres acaban encontrando en la Iglesia una Madre que, a través de las crisis y tragedias de la historia, y aun en su sufrimiento por los hijos o los extraños que la maltratan o la desprecian, rebosa de la alegre salvación de Dios, y ofrece incansablemente a todos su misericordia.

Virgo prudentíssima (Virgen prudentísima)

La primera de todos, prudentísima y sagacísima e iluminadora Virgen” le canta San Efrén.

San Ildefonso de Toledo, la alaba diciéndole: “Virgen no cualquiera, sino una del número de las prudentes y la primera entre los primeros, que va la más próxima en pos del Cordero, adonde quiera que éste vaya”.

La Virgen María fue prudente en toda su vida, pero en especial, su prudencia resplandeció en la Anunciación del ángel Gabriel. Nos dice el Evangelio que ante el saludo desconocido, María se turbo y reflexionaba qué significaría ese saludo. María está buscando entender bien el presente, esta situación nueva que se le presenta. No huye, sino que delibera, investiga. ¿Cuál sería el sentido de ese saludo, a qué se encaminaría? María sospecha que se necesita de Ella para algo grande, fuera de lo común. “Reflexiona pues, dice San Pedro Crisólogo, porque el responder pronto es propio de la ligereza humana, pero reflexionar es propio de espíritus muy ponderados y de juicio muy maduro”.

María conocía las Escrituras antiguas, y recordaba las profecías sobre el Mesías. Más adelante el evangelio destaca esta actitud de María, que es fundamental para la prudencia: “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. María tiene una memoria llena de las cosas de Dios. Cuando el ángel le dice “será llamado Hijo del Altísimo y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre” (Lc 1, 32), María entiende de que habla, pues recuerda las Escrituras. Este anunció no la sorprende, porque Ella esperaba al Mesías, pues Dios lo había prometido. Y María recuerda muy bien las promesas de Dios, porque es Virgen Prudente.

Y también es prudente al consultar sobre cómo se realizará esta obra., pues Ella no conoce varón (Lc 1, 34).  María está dispuesta a aceptar, pero no sabe qué hacer, pues Ella ha consagrado a Dios su virginidad con un voto. No hay que pensar que María pregunta por ser desconfiada, sino que lo hace por prudencia. ¿Qué debo hacer? ¿Debo anular el voto de virginidad o Dios realizará algún milagro? El ángel la instruye sobre el prodigio que realizará el Espíritu Santo en Ella.

Desde que apareció el ángel, la Virgen María escuchó, reflexionó, deliberó, recordó, preguntó, previó los medios, ahora está en condiciones de dar una respuesta prudente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

¿Cómo no admirar la prudencia de la Virgen Santísima? No sólo la admiremos, también la imitemos. Pidamos a esta Madre prudente, que nos enseñe esta virtud tan importante. Que nosotros al igual que María ordenemos toda nuestra vida según la fe y la recta razón, buscando y eligiendo todas las cosas que más y mejor nos conduzcan hacia la vida eterna, que es nuestro fin.

Virgo veneranda (Virgen venerable)

«y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;” (Lucas 1, 42).

Veamos como Isabel, con la inspiración divina del Espíritu Santo, muestra una gran admiración y alabanza a María diciéndole: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”.

Vemos entonces, como una persona que así como Isabel, este llena del Espíritu Santo, no debe tener ningún problema en rendirle admiración, respeto y amor a la Virgen María.

El análisis de los testimonios de la Tradición y del Magisterio nos lleva a concluir que María Santísima es nuestra Madre en el orden de la gracia, nuestra intercesora, que no cesa de ocuparse de los pecadores como Medianera de todos los dones divinos, y finalmente como Corredentora.

San Luis María Grignion de Montfort dice: “Conviene, pues, que no te quedes ocioso, sino que actúes como el buen siervo y esclavo. Es decir, que apoyado en su protección, emprendas y realices grandes empresas por esta augusta Soberana. En concreto, debes defender sus privilegios cuando se los disputan; defender su gloria cuando la atacan; atraer, a ser posible, a todo el mundo a su servicio y a esta verdadera y sólida devoción; hablar y levantar el grito contra quienes abusan de su devoción para ultrajar a su Hijo y —al mismo tiempo— establecer en el mundo esta verdadera devoción; y no esperar, en recompensa de tu humilde servicio, sino el honor de pertenecer a tan noble Princesa y la dicha de vivir unido, por medio de Ella, a Jesús, su Hijo, con lazo indisoluble en el tiempo y la eternidad”.

Virgo predicanda (Virgen laudable)

¿Por qué decimos que la Virgen María es digna de alabanza? Su dignidad viene de Dios quien la eligió para una misión extraordinaria. Ella con su Sí aceptó ser la Madre De Dios hecho hombre. Eso llevó a elevar una alabanza única y especial:“Bendita eres entre todas las mujeres”.

Como no alabar a María llena de gracia, a María que creyó, a María decidida, a María caritativa, a María humilde, a María serena, a María amorosa, a María fuerte, a María madre de Dios y por gracia de su Hijo: madre de todos los hombres.

Y como Buena Madre está al pendiente de sus hijos, sus problemas, sus indecisiones y los peligros que le acechan siempre dispuesta al consejo, la guía y la defensa. Y también está presente para compartir las alegrías y conducirnos con pasos seguros en el día a día. Ella está ahí, junto a nosotros siempre intercesora, orientadora y madre. Una madre que nos enseña con su ejemplo el camino perfecto hacia Dios al que adoramos. Nosotros no podemos hacer menos que respetar y alabar su entrega y su ser.

Virgo potens (Virgen poderosa)

Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios, porque como dice el Apóstol “llevamos este tesoro en vasijas de arcilla”, en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate… los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improvisto para robarnos y desvalijarnos. Nos rodean incesantemente para devorarnos (1Pe 5,8) y arrebatarnos en un momento -por un solo pecado- todas las gracias y méritos logrados en muchos años… la causa no es la falta de gracias, sino ¡la falta de humildad!

Solo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace esta especie de milagro, que es conservar en gracia a la persona que acude a Ella, aún en este torrente impetusos que es el mundo.

María es tan caritativa que no rechaza ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues -como dicen los santos- jamás se ha oido decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya sido abandonado. Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido desoidas. Bástale presentarse ante su Hijo con alguna súplica para que Él la acepte y reciba y se deje siempre vencer amorosamente por las entrañas y súplicas de su Madre queridísima. (TVD 85-89)

Virgo clemens (Virgen clemente)

Lo aprendió de Jesús. Es la Madre que sabe curar las heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Como Ella no debe juzgar, sólo perdona e intercede por sus hijos.

Cualquier madre es clemente, pero María más que todas juntas. Buena falta nos hace, pues la clemencia la requieren los malhechores. Hemos de saber que los tales no son los que andan en las cárceles, pues cada uno de nosotros, sumando todas sus maldades, es un verdadero malhechor que necesita clemencia. Cuando María intercede ante el Juez divino por uno de sus hijos, obtiene el perdón. 

Oh Madre clemente, he huido de casa muchas veces, creyendo ingenuamente que sin Dios la vida es más atractiva y emocionante. Cuantas veces he regresado a casa herido, decepcionado, miserable. Tú has sido, junto con Dios, la que me ha puesto un anillo en el dedo, nuevas sandalias a mis pies descalzos, una túnica, y has mandado hacer la fiesta del becerro gordo. Si en el corazón de Dios hay más alegría por un pecador que se convierte, también en el tuyo una de las más grandes alegrías es la de recuperar un hijo perdido, un hijo muerto.

Hay un momento crucial en el que clemencia nos será absolutamente necesaria: el día del juicio particular. Roguemos a nuestra Madre que no deje de asistirnos, como abogada defensora, a la cita definitiva en la que se decide nuestra eternidad.

Virgo Fidelis (Virgen fiel)

Observas que María no dudó, sino que creyó, y por eso ha conseguido el fruto de la fe… Toda alma que llega a este estado, sin mancha, preservada de vicios, engrandece al Señor, como el alma de María ha engrandecido al Señor y como su espíritu ha saltado de gozo en el Dios Salvador. El Señor es efectivamente engrandecido, como dice el Salmo: Engrandece al Señor conmigo (Ps 33,4); no que la palabra humana pueda añadir alguna cosa al Señor, sino que Él es engrandecido en nosotros; pues Cristo es la imagen de Dios (2 Cor 4,4; Col 1,15) y, por lo mismo, el alma que hace obra justa y religiosa, el alma fiel, engrandece esta imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y al engrandecerla, participa en cierto modo de su grandeza y se hace más sublime; parece reproducir en ella esta imagen por los brillantes colores de sus buenas obras y por la semejanza de la virtud.

Luego el alma de María engrandece al Señor y su espíritu salta de gozo en Dios porque, ofrecida el alma al Padre y al Hijo, ella venera con un piadoso amor al Dios único, de quien vienen todas las cosas, y al único Señor, por quien son hechas todas las cosas (1 Cor 8,6). (TESL n.27)

Pero hay un punto adicional sobre el que me gustaría reflexionar sobre la fidelidad de María, ella fue fiel, la más fiel de todas y por eso halló gracia en Dios. Y esta fidelidad, es la que le permitió ser la más fiel llegada la hora… Lo que su Hijo sufrió en cuerpo y en alma, María lo sufrió en su corazón. 

Ella estaba espiritualmente clavada en la cruz ofreciéndose al Padre junto con su hijo porque Cristo nos salvó con su sangre y María, con el mar de lágrimas que brotaban de sus ojos enrojecidos.

María está junto a la cruz, herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega. Es la primera y más perfecta seguidora del Señor, porque con mayor intensidad que nadie, toma sobre sí la carga de la cruz y la lleva con amor íntegro.

En el Calvario el Padre nos muestra, a todos los hombres, cuanto nos ama y es el momento de la derrota de Satanás. Pero para María es la hora de la fidelidad y de la fe, de la ratificación de su primer SÍ. Y en Ella se hace carne la actitud central en la vida de Jesús: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya. Esa es su alegría y su aliento aún en el dolor.

Ese amor crucificado de María se vuelve un amor fecundo. Jesús no se ofrenda por sí mismo, sino por nosotros. María no sufre por sí misma, lo hace por nosotros. No se repliega sobre su dolor, lo abre a sus hermanos, representados en ese momento por el discípulo Juan. Jesús, al pronunciar, desde la cruz, las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», nos dio a su propia madre como nuestra madre. Entonces María, nos tomó a todos los hombres como sus hijos y con el mismo amor y fidelidad con que permaneció junto a Jesús en el Calvario, permanece junto a nosotros toda la vida. Y Dios ha querido que nosotros, como hijos de María, recibamos todo nuestro alimento espiritual de las manos de Ella, que es la mejor de todas las madres. (P. Roberto Gutiérrez González O.C.D.)

Speculum Iustitiae (Espejo de justicia)

Por justicia no debemos entender aquí la virtud de la lealtad o de la equidad (dar a cada uno lo que merece), de la rectitud en la conducta sino más bien la justicia o perfección moral, en cuanto abarca, a la vez, todas las virtudes y significa un estado del alma virtuoso y perfecto, de tal manera que el sentido de la palabra JUSTICIA es casi equivalente al sentido de la palabra SANTIDAD.Por esto, al ser llamada María “espejo de justicia”, lo hemos de entender en el sentido de que es espejo de santidad, de perfección y de bondad sobrenatural.

Ella refleja a nuestro Señor, que es la Santidad Infinita, por lo cual es llamada Espejo de la Santidad, o como se dice en las Letanías ESPEJO DE JUSTICIA.María llegó a reflejar la santidad de Jesús viviendo con El.¡Cuán semejantes llegan a ser los que se aman y viven juntos!

Hemos de considerar ahora que María amaba a su Divino Hijo con un amor indecible y que lo tuvo consigo durante treinta años. Si estuvo llena de gracia antes de haberlo concebido en su seno, debió alcanzar una santidad incomprensiblemente mayor después de haber vivido tan íntimamente con El durante aquellos treinta años. Santidad que reflejaba los Atributos de Dios con una plenitud de perfección, de la cual ningún santo puede darnos una idea. Ella es el ESPEJO DE LA DIVINA PERFECCIÓN.

Sedes sapiéntiæ (Trono de la sabiduría)

María es también el trono real de la Sabiduría eterna. En ella muestra la Sabiduría sus grandezas, exhibe sus tesoros y pone sus delicias; y no existe otro lugar en el cielo ni en la tierra donde la Sabiduría eterna derroche tanta magnificencia y se complazca tanto como en la incomparable María. Por esta razón, los Santos Padres la llaman santuario de la Divinidad, descanso y satisfacción de la Trinidad Santísima, trono de Dios, ciudad de Dios, altar y templo de Dios, mundo y paraíso de Dios.
Todos estos epítetos y alabanzas son muy verdaderos en relación con las grandes maravillas que el Altísimo ha obrado en María. Sólo, pues, por María se puede obtener la sabiduría.

Pero si se nos otorga un don tan grande como este de la Sabiduría, ¿dónde lo colocaremos? ¿Qué casa, qué sitial, qué trono ofreceremos a esta Princesa tan pura y resplandeciente, ante la cual los rayos del sol no son sino fango y tinieblas? Tal vez se me responda que sólo pide nuestro corazón, que se lo hemos de dar y que en él conviene colocarla» – San L. María Grignion de Montfort

Causa nostrae laetitiae (Causa de nuestra alegría)

María ha subido a los cielos en cuerpo y alma, ¡los ángeles se alborozan! Pienso también en el júbilo de San José, su Esposo castísimo, que la aguardaba en el paraíso. Pero volvamos a la tierra. La fe nos confirma que aquí abajo, en la vida presente, estamos en tiempo de peregrinación, de viaje; no faltarán los sacrificios, el dolor, las privaciones. Sin embargo, la alegría ha de ser siempre el contrapunto del camino.

Servid al Señor, con alegría: no hay otro modo de servirle. Dios ama al que da con alegría, al que se entrega por entero en un sacrificio gustoso, porque no existe motivo alguno que justifique el desconsuelo.

Sería ingenuo negar la reiterada presencia del dolor y del desánimo, de la tristeza y de la soledad, durante la peregrinación nuestra en este suelo. Por la fe hemos aprendido con seguridad que todo eso no es producto del acaso, que el destino de la criatura no es caminar hacia la aniquilación de sus deseos de felicidad. La fe nos enseña que todo tiene un sentido divino, porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la casa del Padre. No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable, fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria.

Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos.

Vas Spirituale (Vaso espiritual)

Enseña Santo Tomás de Aquino que en la Sagrada Escritura los hombres son comparados a los vasos, o se llaman vasos bajo cuatro aspectos: por la constitución, por el contenido, por el uso para el cual sirven y por el fruto que traen.

Por la constitución, esto es por la materia y por la forma que el artífice le imprime; tanto más noble y precioso cuanto más preciosa es su materia.

María VASO de ORO purísimo, bella y hermosa de alma, la más preciada perla, la gema inapreciable del universo. Dios trabajó esta materia con exquisito cuidado, arte y habilidad y le dio la más hermosa y preciada forma. Dios manifestó en esta singular criatura toda su Sabiduría y Poder Infinito.

Por su contenido. El vaso es tanto más estimable en cuanto que está más lleno. Ninguna criatura, ni angelical ni humana es más apreciable que María. Dotada por la generosidad divina de gracias, dones y privilegios, desde el primer instante de su vida; llena la mente y el corazón de Dios, no menos que su purísimo Seno Virginal. Ella fue, después de la humanidad creada de Jesucristo, el VASO más grande y más capaz. Y tanto más estuvo llena de Dios, cuanto más perfectamente estuvo vacía de si misma.

Nosotros, no estaremos llenos de Dios mientras estemos llenas de nosotros mismos.

Por el uso. La nobleza del vaso se revela además por el uso al cual se destina. El uso más digno y más glorioso es al que fue predestinada la Virgen María. La Divina Maternidad es la cumbre de la nobleza y de la gloria. A este fin Dios ordenó todos los dones singularísimos del cuerpo y del alma, aquellos especiales privilegios y dones de los cuales la dotó, para que fuera digna de concebir en su seno al Verbo de Dios.

Por el fruto. Esto es por las ventajas y los bienes que nos aportó este Vaso de Elección. Fruto suyo fue Jesucristo, la Redención del género humano y la santificación de las almas. Para realizar todos estos bienes fue requerido el consentimiento de Ella.

Fruto de este Vaso son las gracias que Dios nos concede: la conversión, el arrepentimiento de los pecadores, la perfección y la perseverancia de los justos: fruto suyo son también los triunfos de la Iglesia, en resumen, todo cuanto tenemos de bueno en este mundo y tendremos en el otro. Así como es en primer lugar, gracia de Dios, merecida para nosotros por Jesucristo, es en segundo lugar, fruto del virginal instrumento y preciosísimo Vaso, es decir es fruto de María.

Vas Honorabile (Vaso digno de honor)

Si el ostensorio, que sirve para exponer la Hostia consagrada es un vaso tan honorable que no está permitido tocarlo sino a los sacerdotes y a las personas consagradas a Dios, ¿María no es, con mayor razón, un vaso de mayor honor, ya que el Verbo divino se encarnó en su seno, y quiso habitar en él nueve meses?

María, es el vaso que ha tenido el honor de llevar a Cristo en su vientre, que dio vida al Señor de la vida, que más que un vaso es un cáliz de amor porque en ese cáliz cada día se vierte la misma sangre que Cristo derramó en su dolorosa Pasión.
Por eso María es un vaso digno de honor y de devoción, la mujer que nos lleva a Jesús. Un vaso lleno de gracia. Un vaso lleno de Dios. Un vaso en el que María se vacía de si misma para dar cabida al Amor. Un vaso lleno de dones que recibimos del Señor. Un vaso lleno de gracias. Un vaso bendecido.

Vas Insigne devotionis (Vaso de insigne devoción)

Ya explicamos porque los hombres son comparados con vasos, y porque decimos que la Santísima Virgen María es el Vaso más honorable, es el vaso espiritual que contiene todas las gracias. Y todo esto porque llevó en su seno al Salvador, al Cristo redentor de los hombres. María es el camino más corto, más seguro y más perfecto para llegar a Jesús. Esto bastaría para explicar porque a María se le debe la más insigne devoción.

Dios mismo compuso el poema, la oración por excelencia a la Virgen María, cuando mandó al Ángel en lo que conocemos como Anunciación «Dios te salve llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1:28).

Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero, como ya lo he demostrado e insistiré en ello más adelante, sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad. (TVD n.62)

Rosa mystica (Rosa mística)

La Rosa simboliza desde antiguo misterio. En la catacumba de San Calixto (siglo III) los cristianos dibujaron rosas como signo del paraíso. Cipriano de Cartago escribe que es signo del martirio.

En el siglo V ya la rosa era signo metafórico de la Virgen María. Edulio Caelio fue el primero en llamar a María «rosa entre espinas». Cuatro siglos después el monje Teofanes Graptos usa el mismo símil refiriéndose a la pureza de María y a la fragancia de su gracia.

Para Tertuliano y S. Ambrosio la raíz representa la genealogía de David; el brote es María y la flor, rosa, es Cristo. 

Desde el medioevo se refiriere al texto de Isaías: «saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará» como referente a María y Jesús. También, del libro de Sabiduría: «He crecido como una palma de Engadi como un rosal en Jericó».

Turris Davidica (Torre de David)

María es comparada con la Torre de David, porque esta torre fue antiguamente el más bello ornamento de Jerusalén por su elevada altura y por la belleza de su estructura. María, igualmente, un edificio espiritual que es, después de Dios, en la celeste Sión, el objeto más elevado y el más elevado por la bondad de sus virtudes.

En efecto, considerando la grandeza de su dignidad y de los méritos preciosos de María, se comprende que la gloria de que goza en el cielo les sea proporcional; y que todo debe ser incomparablemente grande en aquella que según san Agustín es la obra del eterno consejo, en tanto que, san Epifanes llama misterio del cielo y de la tierra.

Turris Eburnea (Torre de marfil)

En la Edad Media, en la época de los grandes castillos, cuando alguien necesitaba refugio, se guarecía en una torre, no sólo porque resultaba un lugar seguro, también porque a través de la Torre se podía llegar al lugar más alto y así tener un panorama más claro de lo que sucedía. Pero «se dice que las torres son colosales, ásperas, pesadas, obstructivas, estructuras sin gracia hechas para la guerra, no para la paz; sin nada de la belleza, el refinamiento y la exquisitez que son tan notables en María. Es verdad, por eso se le llama Torre de Marfil, para sugerirnos –por el brillo, la pureza y la delicadeza de ese material– toda la trascendencia de la amabilidad y gentileza de la Madre de Dios” – Cardenal Newman.

María entonces es comparada a una torre, porque no hay lugar más seguro contra las insidias del demonio que la Santísima Virgen, a la hora de la prueba, invoca a la nuestra Santísima Madre y siempre te sentirás protegido. En momentos de oscuridad, de confusión, quién más para aclarar nuestro panorama sino la Esposa del Espíritu Santo.

Domus Aurea (Casa de oro)

En el Apocalipsis se describe a la Esposa del Cordero, «La ciudad es de oro puro semejante al vidrio puro» (Ap 21,18). San Juan quiere darnos a entender, desde luego, una idea maravillosa del cielo comparándola con la más maravillosa de las sustancias que podemos encontrar en la tierra. Consecuentemente María también es llamada dorada, porque su gracia, sus virtudes, su inocencia, su pureza son de un brillo trascendente y de una deslumbrante perfección, tan valiosas, tan exquisitas que los ángeles, por así decirlo, no pueden quitar sus ojos de ella de la misma manera que nosotros no podemos evitar contemplar cualquier gran artesanía de oro.

Pero más aún, ella es una casa de oro, o mejor aún, un palacio de oro.Imaginémonos delante de un conjunto palaciego o una inmensa iglesia hechos de oro, desde los cimientos hasta el techo. Tal es María en cuanto al número, variedad y extensión de sus excelencias espirituales.

Pero, ¿por qué llamarla casa o palacio? ¿Y palacio de quién? Ella es la casa y el palacio del Gran Rey, del mismo Dios. Nuestro Señor, el Hijo de Dios igual al Padre habitó una vez en ella. Fue su Huésped,  más aún, más que un simple huésped que entra y sale. Nuestro Señor nació verdaderamente en esa santa casa. Asumió Su carne y Su sangre de esa casa, de la carne y de las venas de María. Así que fue adecuado que Ella fuese de oro puro, porque iba a dar el oro para formar el cuerpo del Hijo de Dios. Ella fue dorada en su concepción, dorada en su nacimiento, y pasó por el fuego de sus sufrimientos como el oro en el crisol, y desde que fue asunta a los cielos, está como dice el himno:

Por encima de todos los Ángeles en la gloria inefable,
de pié junto al Rey y vestida de oro.

Cardenal J. H. Newman, Meditations and Devotions, 1893.

Foederis Arca (Arca de la Alianza)

«Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza» (Ap 11, 19). ¿Cuál es el significado del arca? ¿Qué aparece? Para el Antiguo Testamento, es el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble, Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador.

En el arca —como sabemos— se conservaban las dos tablas de la ley de Moisés, que manifestaban la voluntad de Dios de mantener la alianza con su pueblo, indicando sus condiciones para ser fieles al pacto de Dios, para conformarse a la voluntad de Dios y así también a nuestra verdad profunda.

María es el arca de la alianza, porque acogió en sí a Jesús; acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. Con razón, por consiguiente, la piedad cristiana, se dirige a ella invocándola como arca de la presencia de Dios, arca de la alianza de amor que Dios quiso establecer de modo definitivo con toda la humanidad en Cristo. – Homilía S.S. Benedicto XVI (Agosto 2011)

Ianua Coeli (Puerta del cielo)

María es la perfecta mediadora, el puente tendido entre el Cielo y la Tierra, entre los hombres pecadores y el Dios misericordioso. Quien ama a María, quien le tiene gran devoción, tiene la puerta abierta para entrar al Paraíso.

«Es una llamada para todos nosotros, especialmente para los que están afligidos por las dudas y la tristeza, y miran hacia abajo, no pueden levantar la mirada. Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no infunde miedo, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con delicadeza. Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: ‘Sois preciosos a los ojos de Dios; no estáis hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo.» – Homilía Papa Francisco 2019

Stella Matutina (Estrella de la mañana)

La salvación del mundo comenzó por medio de María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres, poco instruidos e iluminados, no se alejaran de la verdad, aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre. Pero en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. (TVD 49).

«Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza».

María es la Aurora que precede y anuncia al Sol de justicia, Jesucristo y, por lo mismo, debe ser conocida y manifestada si queremos Jesucristo lo sea. (TVD 50)

Salus infirmorum (Salud de los enfermos)

El pecado original introdujo en el mundo la enfermedad y la muerte. En medio de esta condición, necesitamos del médico, pero aún los más sabios y mejores, en muchos casos, no pueden curar algunas enfermedades. 

La Santa Iglesia nos propone una Doctora poderosa, sabia y amorosa: La Santísima Virgen María, salud de los enfermos, que nos ayuda y conforta. En primer lugar consideremos que Ella intercede por nosotros para adquirir la salud del alma y nos ayuda a apartarnos del mal que la destruye. 

Una madre vela a su hijo enfermo de día y de noche sin mostrar cansancio; estudia todas las formas de procurarle alivio, ruega y se sacrifica para curar a su hijo. ¿Qué la mueve? la mueve su amor, el amor que Dios puso en el corazón de las madres, y que es un pálido reflejo del amor maternal de María, amor vigilante y solícito cuando sus hijos están afligidos por la enfermedad. 

El Evangelio nos dice que muchos enfermos fueron curados prodigiosamente por Jesucristo El le ha cedido en el cielo a su Santísima Madre esta virtud, este dominio sobre la naturaleza doliente. ¿Quién puede medir los cuidados de esta Madre incomparable? Ella ilumina a los médicos. infunde fortaleza y confianza al enfermo, aumenta la paciencia y el afecto en aquel que lo asiste, alcanza eficacias a las medicinas, Ella hace sentir al enfermo la función providencial y benéfica del dolor que lo hace más semejante a su Divino Hijo crucificado. 

Si el enfermo está en pecado, Ella intercede. recordando a su Amado Hijo aquellas palabras. «No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva». ¡Cuántos cristianos le deben a Ella su curación y el consiguiente arrepentimiento! , es decir, el tiempo de vida que Dios le concedió para su salvación. 

Y si en los designios de El está señalada la muerte del enfermo, entonces el amor de nuestra tierna Madre disipa amorosamente las ilusiones que ocultan a menudo la gravedad del mal y le inspira al enfermo y a sus familiares el deseo de la presencia del sacerdote. 

Es Ella la que alcanza en el corazón de quien está próximo a morir el perfecto dolor de los pecados, el valor de confesarlos sinceramente, el fervor y el anhelo de recibir el Santísimo Sacramento y también la resignación a la voluntad Divina para poder identificarse con el Hombre – Dios en el sufrimiento de Getsemaní, para con El decir al Padre. «si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la Tuya» y tranquilo hará el ofrecimiento de su dolor. 

Refugium peccatorum (Refugio de los pecadores)

Por la mujer entró el pecado al mundo, tenía que ser la Mujer por quien entrara al mundo el Salvador. Hemos meditado en varias ocaciones que por el «Hágase» de la Santísima Virgen María, por su «sí» a la voluntad de Dios, es que Dios le otorgo a Ella el poder de interceder por todos los que en ella se refugian.

Algún día estaremos frente a Dios, y ahí tendremos que rendir cuentas de nuestra vida, de todos nuestros actos y de todas nuestras omisiones, tendremos que regresarle al Señor lo suyo con intereses o decirle que (por cobardes) enterramos nuestro talento (cf Mt 25:26). O estaremos del lado de la Misericordia de Dios o del lado de su Justicia.

No hay camino más corto y más perfecto para llegar a Cristo que María, y como buena madre, Ella conduce al lado de la Misericordia de Dios. Como reza la oración de San Bernardo de Claraval: «Acuérdate, oh piadosísisma Virgen María, que jamás se ha oido decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección implorando tu auxilio, haya sido abandonado de ti, animado con esa confianza a ti también yo acudo a pesar del peso de mis pecados. ¡Oh Madre del Verbo! no desatiendas mis súplicas antes bien acógelas benignamente. Amén».

Consolatrix afflictorum (Consuelo de los afligidos)

La pasión de Cristo es prueba de que Dios no desprecia el sufrimiento. El dolor y el sufrimiento no son ajenos a Dios, por lo tanto, el dolor y el sufrimiento del hombre no es algo de los que se deba escapar, no son situaciones donde Dios está lejos, sino donde está allí con nosotros. El sufrimiento no separa a Dios, sino que conecta con Dios, quien conoce el dolor y el sufrimiento.1

El consuelo viene de Dios y pasa a María. Ella también necesita consuelo, necesita ser consolada. María justo debajo de la cruz, necesita consuelo.
Dios le concede ese consuelo con la resurrección de su Hijo. No es descabellado pensar que Cristo a la primera persona que se le apareció el tercer día fue a su Madre. María que fue concebida sin pecado alguno, sufrió los dolores y sufrimientos más grandes que se pueden vivir, y sigue sufriendo por todos los ultrajes con los que su Hijo es tratado en la Eucaristía.

Nunca olvidemos que por más grande que sea la aflicción, los que a la Madre celestial recurren, son consolados como niños pequeños. Pero tampoco olvidemos que por cada pecado que cometemos, por más ínfimo que sea, crucificamos a Jesús y somos cómplices de los dolores de María.

María consuelo de los afligidos, ruega por nosotros y ayúdanos a que no pecar más.

Auxilium Christianorum (Auxilio de los cristianos)

Bajo el pontificado de Pío V, y ante una inminente invasión musulmana (imperio otomano la Liga Santa encabezada por España e integrada por los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, entre otros, derrotaron a la armada del Imperio otomano (siendo éstos hasta 10 veces más en número), mientras la batalla sucedía, el papa había pedido a toda la Cristiandad que rezara el rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el 7 de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.

Una prueba más de que para Dios no hay imposibles, y que todo el poder se lo ha dado a María, el problema es nuestra falta de fe que teme decirle a los montes que se muevan (cf. Mt 17:20). Por eso recurrimos a María Santísima para que aumente nuestra fe, y sea nuestro auxilio.

Regina Angelorum (Reina de los Ángeles)

María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder en la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Y tal es la voluntad del Altísimo, que exalta siempre a los humildes (Lc 1,52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien constituyó soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora de sus gracias, realizadora de sus portentos, reparadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos. (TVD n.28)

Regina Patriarcharum (Reina de los Patriarcas)

La mujer fuerte de la Sagrada Escritura (Proverbios) es ‘una imagen de María Santísima, tabernáculo viviente de Dios.

Con el nombre de patriarcas se honra a algunos santos del Antiguo Testamento, elegidos por Dios como guardianes y depositarios de la fe en el futuro Mesías. Esta fe, avivada por las frecuentes revelaciones de Dios, fue transmitida por los Patriarcas a sus descendientes como un faro de luz en medio de las tinieblas de la ignorancia y del pecado. También en los siglos cristianos se da por analogía el nombre de Patriarca a los santos Fundadores de las más famosas Ordenes Religiosas, puesto que también ellos engendraron espiritualmente a la vida de la perfección evangélica a muchas almas.

Los Patriarcas fueron figuras de Jesucristo, y por ende, representaron también a María, copia fiel de su Hijo:

Simbolizada en Noé, único padre salvado del diluvio y destinado a repoblar el mundo; María, única preservada del naufragio universal de la culpa, toda santa, renovó moralmente al género humano y contribuyó a reparar los daños causados por el primer pecado.

Abraham, padre de los creyentes, dispuesto a sacrificar a su unigénito, fue una pálida figura de María Santísima dotada de la más viva Fe y de la más perfecta obediencia. Madre amorosa que sacrificó a su unigénito Hijo para la redención del género humano en el Altar de la Cruz.

Y hablando del glorioso Patriarca San José, esposo purísimo de la Virgen Inmaculada, aunque él no cooperó a la generación del Verbo encarnado, sí contribuyó principalmente a cuidar y alimentar al Dios – Hombre, y fue testigo continuo de las acciones de Jesús y de María; atento escucha de sus palabras, compartió con Ellos durante muchos años los gozos y las penas, las esperanzas y el amor a Dios y a los hombres.2

Regina prophetarum (Reina de los Profetas)

Dios no está limitado por el tiempo, Dios es atemporal, Dios creó el tiempo. Es algo increíble de reflexionar y meditar, el eterno presente de Dios.
Por esto mismo Dios pudo y quizo presentar a los profetas a la Virgen Santísima, por eso las sagradas escrituras, de principio a fin, tienen figuras, palabras y símbolos de la Virgen María.

Dios que se revela a los hombres, a través de su Palabra viva, revela a los profetas a la que es Madre de la Palabra hecha carne.

Pero hay una reflexión aún más actual, María es Reina de los profetas, porque Ella llena del Espíritu, nos advierte, avisa, protege, corrige, alienta, explica, predice, nos anuncia a Cristo y su Reino como nunca un profeta había hecho.

Nunca en la historia habían existido, apariciones, revelaciones privadas y mensajes de la Virgen como en los últimos 200 años. Por su amor de Madre que desea que todos se salven, Dios le ha permitido darnos diversos mensajes de advertencia. Nuestra Señora de Fátima, la Salette, Akita, Garabandal, Beauring, y más con un llamado fuerte y decidido a la conversión, a hacer penitencia, regresar a la oración (centrado en la Eucaristía y el Rosario), convertir nuestras vidas de una vez por todas a Dios antes de que sea muy tarde.

«Al final Mi Inmaculado Corazón triunfará» (Nuestra Señora del Rosario de Fátima).

Regina apostolorum (Reina de los Apóstoles)

La sociedad del Apostolado católico no podría haber recibido mayor Patrona que María Santísima; ninguna invocación de María podría ser más acertada y expresiva que esta Reina de los Apóstoles, porque en el cuarto del Cenáculo se encuentra la síntesis perfecta del ideal del Fundador y de la finalidad de la Fundación.María, «lleva siempre a Jesús, como la rama su fruto, y lo ofrece a los hombres. Ella irradia a Jesús. El verbo «irradiar» indica la naturaleza del apostolado, que es siempre y ante todo «recepción», «asimilación» y «testimonio» de ese Cristo que anuncia y se da. Y sabemos que en María esto tiene sentido mucho más profundo que en el caso de cualquier otro apóstol o santo.

María nos da a Cristo Maestro, Camino, Verdad y Vida. Y nos lo da todo entero. Su acción no se agota en «dar a Jesús», sino que pretende formarlo en los hombres. Por eso, María «forma y alimenta el Cuerpo místico». De este modo se convierte en modelo de todo apostolado. Por ser modelo fundamental para quien ha sido llamado a dar a Jesús al mundo, María es Reina, es decir, el vértice sumo y perfecto, la inspiradora y protectora de toda misión apostólica y de todo grupo o persona que se mete en el campo del apostolado.

Los maternales cuidados de María se dirigen de manera especial a los apóstoles –sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos consagrados- que continúan en la Iglesia su misión de «dar a Jesús al mundo». Y no sólo eso, sino que se convierte para este escuadrón de personas en consejera, consuelo y fuente de energías, como lo fue para los apóstoles reunidos en el Cenáculo a la espera del Espíritu: «María tiene el cometido de formar, sostener y coronar de frutos a los apóstoles de todos los tiempos».3

Regina Martyrum (Reina de los Mártires)

María ha ofrecido a Jesús la participación más elevada en la obra de la salvación y que ha dado mucho fruto para la humanidad. Pero esa participación no implicaba compartir la crucifixión. Era algo adecuado a su papel de madre. El dolor de María fue el de su corazón maternal. En este sentido, vivió el martirio, no en su cuerpo sino en su corazón.

Desde este punto de vista, María es reina de los mártires, porque en ella el martirio ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que toca el fondo del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado. Ese dolor es ofrecido perfectamente, con una generosidad sin reservas.

En María, la participación en el sacrificio redentor está signada por un clima de serenidad y mansedumbre, como conviene a un corazón de madre. A veces, las circunstancias del martirio podrían despertar tentaciones de venganza o de hostilidad. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la madre de Jesús permaneció colmado de compasión y perdón. La participación en la ofrenda del Salvador ha sido para María una participación en la bondad del corazón apacible y humilde de Cristo.

En el Calvario, María ofreció un testimonio superior de caridad, que corresponde al significado fundamental del martirio. Su corazón maternal rebosaba de amor a Cristo y toda la humanidad.

El valor del martirio ha sido subrayado en particular por Jesús al dirigirse a Pedro: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Y el evangelista agrega: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios» (Jn 21,18-19).

El anuncio hecho a Pedro nos hace comprender la importancia del martirio como don supremo que asocia al apóstol al destino de su Maestro. Jesús le había dicho a su discípulo: «Apacienta mis ovejas». Para cumplir adecuadamente su misión como pastor, Pedro estaba llamado a compartir el sacrificio de su propia vida: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).

La predicción del martirio fue especialmente más dura para Pedro porque, en el primer anuncio de la Pasión, había reaccionado con violencia; se había rebelado y había pedido que el acontecimiento doloroso fuera borrado del programa, pero Jesús le había reprochado: «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mc 8,32). Luego, entendió que la prueba era necesaria para el cumplimiento de la misión. El anuncio del martirio futuro confirma esta verdad.4

Regina confessorum (Reina de los Confesores)

Hay dos maneras que yo encuentro para tomar la palabra confesor, la primera y más tradicional, son todos los cristianos que profesan públicamente la Fe en Jesucristo y por ella están prontos a dar la vida. Confiesan la Fe por su testimonio de vida cristiana, a pesar de cualquier dificultad, a pesar de cualquier amenaza o persecución no niegan a Cristo, se mantienen firmes y en algunos casos inclusive son martirizados, estos son los confesores y no hay mejor modelo de vida y de confesión de Cristo que María. Pues Ella estuvo al pie de la Cruz, los evangelios no lo narran explícitamente pero se sabe, porque así era habitual con los crucificados, que quienes estaban acompañándolos, eran también insultados, escupidos, maltratados junto con el crucificado. ¿Cuántas injusticias, insultos, heridas no habrá recibido María a los pies de Jesús en la Cruz?

Pero hay un segundo modo de ver a María como Reina de los confesores, María es Reina también de los sacerdotes, y en mi opinión, la Virgen Santísima procura un especial cuidado en el sacramento de la penitencia. Ella mediadora de todas las gracias, derrama las necesarias para que el confesor escuche al penitente y pueda de un buen consejo, porque además quien da la absolución es Cristo mismo, el confesor actúa in persona Christi, y con fe sabemos que María y Cristo son inseparables, donde está Cristo está María. Y el sacramento de la penitencia o de la confesión es el sacramento de la misericordia de Dios. María nos lleva al Dios de Misericordia, por la intercesión de María Santísima, los pecadores evitan la justicia Divina.

Regina Virginum (Reina de las Vírgenes)

La Iglesia, no satisfecha con haber invocado a María con el título de Santa Virgen de las Vírgenes, la invoca como Reina de todos aquellos que profesan la virginidad, para hacernos conocer y apreciar las grandes ventajas que aporta a la Iglesia ese estado, que inició Aquella que es llamada por antonomasia la Santísima Virgen.

Ella fue la primera en profesar solemnemente la virginidad, que antes era despreciada entre las mujeres hebreas. Elevo esta virtud a la más alta cumbre de perfección posible a la criatura. Fue la suya una virginidad singular y única, asociada por prodigio Divino a la maternidad.

No es casualidad que uno de los ataques a la Iglesia y al sacerdocio concretamente, sea a esta noble virtud, pues es la virtud con la que se recuerda a la Santísima Madre del verdadero y único Dios.

María es honrada con el título de Reina de las Vírgenes, porque el ejemplo y protección de Ella inspiran y proporcionan amor a la virginidad, guardan y conservan esta noble virtud. El ejemplo y la protección de esta Reina son admirablemente fecundos en la Iglesia.

Regina Sanctorum Omnium (Reina de todos los Santos)

Este título nos hace entrever la gloria de la cual goza la Inmaculada en los cielos, pues todas las coronas de los demás santos, no son más que destellos de su corona. En las letanías lauretanas, vamos recordando los distintos coros y coronas que existen en los cielos, cuando la llamamos Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes. No se piense que esto viene en desmedro de la gloria de los santos, muy por el contrario, ellos no tienen mayor gloria que parecerse en algo a Ella que es la Mujer amada por Dios.

Ella poseyó sin duda una perfección y una santidad sobrehumanas, pero una santidad creada, unida a aquella perfección a la que no llegará jamás ninguna criatura; se acerca y toca los confines del infinito. La santidad de María es solo inferior a la santidad de Dios. María espejo, ejemplo y modelo perfecto de santidad, es lo que nos propone la Iglesia cuando la invoca como Reina de todos los santos.

Regina sine labe originali concepta (Reina concebida sin pecado original)

El 8 de diciembre de 1854, el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica. Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos.

María, madre de Dios, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12, 11). Por eso la Inmaculada, que es «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio), precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos.5

Regina in caelum assumpta (Reina asunta a los Cielos)

“María fue arrebatada por una virtud milagrosa y llevada al cielo. Es un triunfo maravilloso: la corte celestial se alegra, los ángeles cantan la gloria de su Reina, y la Virgen Santísima es coronada Reina de la creación. El hecho de la Asunción de María fue declarado dogma de fe por el Papa Pio XII en 1950.” Texto obtenido del Misal Católico Romano

Regina sacratissimi rosarii (Reina del Santísimo Rosario)

En Fátima, Nuestra Señora pidió insistentemente a los pastorcitos que rezasen el rosario todos los días, ofreciendo la oración por la paz en el mundo. «Recen el rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.»6

En el siglo XV, La Virgen se le apareció al Beato Alano de la Rupe, y le dio estas promesas para quienes rezan frecuentemente y con devoción la oración mariana:

1. Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.

2. Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.

3. El Rosario es un arma poderosa para no ir al infierno: destruye los vicios, disminuye los pecados y nos defiende de las herejías.

4. Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.

5. El alma que se encomiende a mí en el Rosario no perecerá.

6. Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.

7. Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.

8. Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.

9. Libraré del purgatorio a a quienes recen el Rosario devotamente.

10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.

11. Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.

12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.

13. Mi Hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mí al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.

14. Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesús Cristo.

15. La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.

Regina familiae (Reina de la familia)

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Jn 3:16) Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14)… y quiso venir al mundo en una familia, Jesús, la Santísima Virgen y su castísimo esposo San José, para que no solo tuviéramos un modelo de santidad individual, sino de santidad en familia.

“La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia, pero no tenga miedo, porque quien trabaje por la santidad del matrimonio y de la familia será siempre combatido y odiado de todas formas, porque este es el punto decisivo…sin embargo, Nuestra Señora ya ha aplastado la cabeza del maligno» afirmó Sor Lucía, la vidente de Fátima.

No es casualidad lo que estamos viviendo en el siglo XXI, el ataque directo a la base de la sociedad que es la familia, con ideologías y cultura de la muerte. Pero no tenemos nada que temer que nuestro refugio está en la Virgen María. Ella es la Reina y centro de todas las familias que buscan el Camino angosto que lleva a Cristo. Fijemos nuestra mirada en María Reina de las familias y ella guiará nuestro camino.

Regina Pacis (Reina de la paz)

¿Cuántas guerras se han detenido por la intercesión de la Virgen? ¿Cuántos castigos no merecemos pero la mano de la Virgen detiene la ira de Dios?
Eso fue lo que los pastorcillos en Fátima vieron, y dijeron que lo único que puede salvarnos es la conversión total y completa a Dios, a través de María.

Recemos para que pronto el Pontífice junto con los obispos consagren a Rusia al Inmaculado Corazón de María, solo entonces tendremos verdadera paz.

Oración, penitencia y ayuno, de siempre han sido las armas del pueblo de Dios para impetrar el don de la paz, a través de la intercesión de María, Reina de la Paz.

Fuentes:

  1. Catholic.lu
  2. fatimazoporlapaz
  3. rosarioenfamilia
  4. clerus.org
  5. vatican.va
  6. Memorias de la Hermana Lucía, p. 192.