«…quia pulvis es et in pulverem reverteris» (Gn 3:19), palabras que Dios dice a Adán antes de expulsarlos del paraíso. Pues una única prueba les había dado Dios, que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal, mas engañados por el demonio, se llenaron de soberbia y quisieron ser como Dios pero «sin Dios, antes que Dios y no según Dios»1. Por eso no podemos olvidar que por este pecado, el pecado original, el hombre está sujeto a la muerte.
Se puede decir que la consecuencia más grave del pecado original, fue que Adán y Eva huyeron de Dios. Sí, huyeron. Y cuando se huye de la presencia de Dios, se abandona lo sobrenatural y no hay que olvidar que la esencia de Dios es sobrenatural. La distinción básica entre Dios y nosotros es la misma que hay entre lo sobrenatural y lo natural. Esta pérdida de sentido de lo sobrenatural, o de otro modo, el querer encerrar todo a los límites de esta vida material es el mayor problema del hombre actual. En palabras de Monseñor Schneider «pienso que la raíz más profunda del problema y de la crisis de la Iglesia es el debilitamiento y, en algunos casos, la pérdida del sentido sobrenatural».2
Tristemente, en estos tiempos hablar de pecado original se toma como algo ridículo para muchos, el bien y el mal se ha convertido en algo relativo, se escucha hasta el cansancio la propaganda del «respeto» insinuando que cada quien es libre de hacer lo que le plazca mientras te sientas bien contigo mismo. En uno de sus sermones por radio, ya en 1947, el arzobispo Fulton Sheen describió el engaño y el peligro en los que la Humanidad se ha hundido lentamente: «A partir de ahora los hombres se dividirán en dos religiones, entendida la religión como la sumisión a un absoluto. El conflicto del futuro será entre dos absolutos: uno, que es el Dios-Hombre y otro, que es el hombre-dios; es decir, entre Dios que se hizo Hombre, y el hombre que pretende ser dios; entre hermanos en Cristo y camaradas en el anti-Cristo».3
A tal grado ha llegado la soberbia del hombre que hay personas que se atreven a afirmar que, en un futuro cercano, el hombre no morirá más. Parece broma, pero a este absurdo llegó un profesor de la Singularity Universirty en Silicon Valley, afirmó que en el año 2045, el hombre será inmortal, ninguna enfermedad podrá acabar con la especie humana porque el envejecimiento es una enfermedad curable.4 Ya lo advertía San Pio X en la encíclica Pascendi, «el modernismo es la síntesis de todas las herejías». El hombre moderno, con toda la tecnología a su alcance, con todo el dinero del mundo, el poder y facilidades, ha olvidado que tiene contados sus días en esta vida. Que más pronto que tarde estará en el juicio frente a Dios.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado «Protoevangelio», por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final del descendiente de ella. La Tradición ve en este pasaje un anuncio del «nuevo Adán» (cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su «obediencia hasta la muerte en la Cruz» (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte la mujer anunciada en el «protoevangelio» es la madre de Cristo, María, la «nueva Eva». Ella ha sido la que, de manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado.5
He aquí el único camino que existe para tener vida eterna, Cristo, que dio la vida por nosotros; y María, su Santísima Madre, el camino más corto y más perfecto para llegar a Jesús. Además, fiel a su promesa de quedarse con nosotros hasta el fin del mundo (cf. Mt 8,20), Cristo no estableció otro camino más que a través de la Santa Iglesia, Cuerpo místico al que se unió para ser su cabeza, y así como tomó un cuerpo mortal único que entregó a los tormentos y a la muerte para pagar el rescate de los hombres, así también tiene un Cuerpo místico único, en el que y por medio del cual, hizo participar a los hombres de la santidad y de la salvación eterna. «Dios le hizo (a Cristo) jefe de toda la Iglesia, que es su cuerpo»6. La Iglesia de Cristo es, pues, única y, además, perpetua: quién se separa de ella se aparta de la voluntad y de la orden de Jesucristo nuestro Señor, deja el camino de salvación y corre a su pérdida. «Quien se separa de la Iglesia para unirse a una esposa adúltera, renuncia a las promesas hechas a la Iglesia. Quien abandona a la Iglesia de Cristo no logrará las recompensas de Cristo… Quien no guarda esta unidad, no guarda la ley de Dios, ni guarda la fe del Padre y del Hijo, ni guarda la vida ni la salud».7
No es otra la razón en que se funda San Juan Crisóstomo cuando nos dice: «No te separes de la Iglesia. Nada es más fuerte que la Iglesia. Tu esperanza es la Iglesia; tu salud es la Iglesia; tu refugio es la Iglesia. Es más alta que el cielo y más ancha que la tierra. No envejece jamás, su vigor es eterno. Por eso la Escritura, para demostrarnos su solidez inquebrantable, le da el nombre de montaña». San Agustín añade: «Los infieles creen que la religión cristiana debe durar cierto tiempo en el mundo para luego desaparecer. Durará tanto como el sol; y mientras el sol siga saliendo y poniéndose, es decir, mientras dure el curso de los tiempos, la Iglesia de Dios, esto es, el Cuerpo de Cristo, no desaparecerá del mundo». Y el mismo Padre dice en otro lugar: «La Iglesia vacilará si su fundamento vacila; pero ¿cómo podrá vacilar Cristo? Mientras Cristo no vacile, la Iglesia no flaqueará jamás hasta el fin de los tiempos. ¿Dónde están los que dicen: La Iglesia ha desaparecido del mundo, cuando ni siquiera puede flaquear?».8
Conviértete y cree en el Evangelio. Este es el sentido de la preparación, esta cuaresma la invitación es, no solo a recordar, sino a ser conscientes de verdad que nada somos sin Dios, que polvo somos y al polvo volveremos. Tenemos que pedir la gracia para convertir nuestra vida hacia Cristo. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).9
Arrepentimiento, penitencia y conversión. Jesús se fue al desierto durante 40 días para ser tentado por el demonio (cf Mt 4). Fue llevado, no obligado, ni cautivo, sino por el deseo de combatir. El diablo busca a los hombres para tentarlos, pero como el demonio no podía ir contra el Señor, Éste fue a buscarlo. Por ello se dice: que fue para ser tentado.10 ¿Por qué se ofreció a ser tentado? Para constituirse en mediador que venciese las tentaciones, no sólo con su auxilio, sino con su ejemplo.11 La llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores, los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior.12
No dudemos en acercarnos a la Confesión, el sacramento de la Penitencia. Aún en estos tiempos de pandemia en que muchas iglesias están cerradas, la invitación es buscar la manera de recibir este hermoso sacramento. Es el que borra los pecados, es el que nos regresa el estado de gracia y hace que Dios habite en nuestra alma. Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3:16). El hombre muere cuando pierde la vida eterna. Lo contrario de la salvación no es, pues, solamente el sufrimiento temporal o cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo: la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación. Salvación, es pues, la liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento.13 Cristo nos acompaña y nos ayuda a sobrellevar el sufrimiento en nuestras vidas. Nos dice: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». (Mt 11, 28-29) Por otro lado, San Pablo dice: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí». (2Co 12, 9).
Termino con palabras de San Juan Pablo II para meditar esta Cuaresma: «La victoria definitiva es de Cristo y desde él debemos recomenzar, si queremos construir para todos un futuro de auténtica paz, justicia y solidaridad. La Virgen, que cooperó íntimamente en el designio salvífico, nos acompañe en el camino de la pasión y de la cruz hasta el sepulcro vacío, para encontrar a su Hijo divino resucitado. Entremos en el clima espiritual, dejándonos guiar por ella.»

Última actualización: 17 de febrero de 2021
Fuentes:
- San Máximo el Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156C
- Monseñor Athanasius Schneider, Christus Vincit, Ediciones Parresía, 2019, p.129
- Audio sermón «Signos de nuestro tiempo» sobre el Anti-Cristo, en el programa de radio Light your lamps, difundido el 26 de enero de 1947.
- El mundo, En 2045 el hombre será inmortal, Julio 2014
- Catecismo De la Iglesia Católica, n. 410 y 411
- Leon XIII, Satis Cognitum – Sobre la Unidad de la Iglesia, n.9, 1896
- ibid, n.9
- ibid, n.5
- Catecismo De la Iglesia Católica, n. 1428
- Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, homilia – Catena Aurea
- San Agustín, de Trinitate, 4,13 – Catena Aurea
- Catecismo De la Iglesia Católica, n. 1430
- Juan Pablo II, Salvifici Doloris – Sobre el Sentido Cristiano del Sufrimiento Humano, n.14, 1984