Ante el insistente ataque y censura a la Tradición y a la verdadera Doctrina (inclusive desde dentro), me gustaría compartir unos puntos de vital importancia y que muchas veces se pasan por alto respecto a la Sagrada Eucaristía, el verdadero Pan de Vida Eterna.
¿Qué condiciones se requieren para que un católico pueda recibir dignamente la Sagrada Comunión?
- Estar en gracia de Dios: para lo cual hay que confesarse previamente si uno tiene conciencia de pecado grave.
- Guardar el ayuno eucarístico: una hora antes de comulgar no se puede comer ni beber nada, salvo agua o medicinas.
- Saber a quién recibimos. Por eso los niños han de recibir la catequesis antes de realizar su Primera Comunión.
Sobre la manera de recibir la Sagrada Eucaristía
«El que recibe indignamente el Cuerpo de Cristo, está recibiendo su propia condenación»
(1 Cor 11: 29).
La Iglesia aconseja recibir la Comunión de rodillas y en la boca. De rodillas, en señal de adoración a Cristo. Y en la boca, pues nuestras manos no están consagradas para tocar la hostia. A pesar de ello, los obispos de ciertas diócesis autorizan a recibir la Comunión de pie y en la mano. Esta costumbre se ha extendido en muchos lugares, lo que ha llevado a muchos a una pérdida de devoción y respeto a la Sagrada Eucaristía.
«Este modo de distribuir la Santa Comunión (en la boca), considerado en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos, sino, principalmente, porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía. Este uso no quita nada a la dignidad personal de los que se acercan a tan gran sacramento, y es parte de aquella preparación que se requiere para recibir el Cuerpo del Señor del modo más fructuoso… Con esta manera tradicional, se asegura más eficazmente que la Sagrada Comunión sea distribuida con la reverencia, el decoro y la dignidad que le son debidas.» – Instrucción Memoriale Domini, de la Sagrada Congregación para el Culto Divino
Reflexión Por R.P. Antonio Royo Marín O.P.
Entre todos los ejercicios y prácticas de piedad, ninguno hay cuya eficacia santificadora pueda compararse a la digna recepción de la eucaristía. En ella recibimos no solamente la gracia, sino el, Manantial y la Fuente misma de donde brota. Ella debe ser, en su doble aspecto de sacramento y de sacrificio, el centro de convergencia de toda la vida cristiana. Toda debe girar en torno a la eucaristía.
Omitimos aquí una multitud de cuestiones dogmáticas y morales relativas a la eucaristía. Recordemos, no obstante, en forma de breves puntos, algunas ideas fundamentales que conviene tener siempre muy presentes:
1. La santidad consiste en participar de una manera cada vez más plena y perfecta de la vida divina que se nos comunica por la gracia.
2. Esta gracia brota-como de su Fuente única para el hombre- del corazón y de la divinidad.
3. Cristo nos comunica la gracia por los sacramentos, principalmente por la eucaristía, en la que se nos da a sí mismo como alimento de nuestras almas. Pero, a diferencia del alimento material, no somos nosotros quienes asimilamos a Cristo, sino El quien nos divina y transforma en sí mismo. En la eucaristía alcanza el cristiano su máxima cristificación, en la que consiste la santidad.
4. La comunión, al darnos enteramente a Cristo, pone a nuestra disposición todos los tesoros de la santidad, de sabiduría y de ciencia encerrados en El. Con ella, pues, recibe el alma un tesoro rigurosa y absolutamente infinito que se le entrega en propiedad.
5. Juntamente con el Verbo encarnado –con su cuerpo, alma y divinidad-, se nos da en la eucaristía las otras dos personas de la Santísima Trinidad, el Padre y el Espíritu Santo, en virtud del inefable misterio de lacircuminsesion, que las hace inseparables. Nunca tan perfectamente como después de comulgar el cristiano se convierte en templo y sagrario de la divinidad. En virtud de este divino e inefable contacto con la Santísima Trinidad, el alma –y, por redundancia de ella, el mismo cuerpo del cristiano—se hace más sagrada que la custodia y el copón y aun más que las mismas especias sacramentales, que contienen a Cristo –ciertamente–, pero sin tocarle siquiera ni recibir de El ninguna influencia santificadora.
6. La unión eucarística nos asocia de una manera misteriosa, pero realísima, a la vida intima de la Santísima Trinidad. En el alma del que acaba de comulgar, el Padre engendra a su Hijo unigénito, y de ambos procede esa corriente de amor, verdadero torrente de llamas, que es el Espíritu Santo. El cristiano después de comulgar debería caer en éxtasis de adoración y de amor, limitándose únicamente a dejarse llevar por el Padre al Hijo y por el Hijo al Padre en la unidad del Espíritu Santo. Nada de devocionarios ni formulas rutinarias de acción de gracias; un sencillo movimiento de abrasado amor y de intima y entrañable adoración, que podría traducirse en la simple formula de la Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto.
7. De esta forma, la unión eucarística es ya el cielo comenzado, el “cara a cara en las tinieblas” (sor Isabel de la Trinidad). En el cielo no haremos otra cosa.
Estas ideas son fundamentales, y ellas solas bastarían, bien meditadas, para darnos el tono y la norma de nuestra vida cristiana, que ha de ser esencialmente eucarística. Pero para mayor abundamiento precisemos un poco más lo relativo a la preparación y acción de gracias, que tiene importancia capital para obtener de la eucarística el máximo rendimiento santificador.
La comunión espiritual
Un gran complemento de la comunión sacramental que prolonga su influencia y asegura su eficacia es la llamada comunión espiritual.
Consiste esencialmente en un acto de ferviente deseo de recibir la eucaristía en darle al Señor un abrazo estrechísimo como si realmente acabara entrar en nuestro corazón.
Esta práctica piadosísima, bendecida y fomentada por la Iglesia, es de gran eficacia santificadora y tiene la ventaja de poderse repetir innumerables veces al día. Algunas personas la asocian a una determinada práctica que haya de repetirse muchas veces (v. gr., al rezo del avemaría al dar el reloj la hora). Nunca se alabara suficientemente esta excelente devoción; pero evítese cuidadosamente la rutina y el apresuramiento, que lo echan todo a perder.
Condiciones y circunstancias de la comunión espiritual
Creemos que la práctica de la comunión espiritual fomentada por los santos y el Magisterio de la Iglesia se aplica directa y principalmente a quienes viven en gracia de Dios y no pueden recibir al Señor sacramentalmente por motivos diversos a la carencia de la disposición fundamental, a saber, “el estado de gracia”. Algunos de estos motivos pueden ser:
- Falta de alguno de los otros requisitos: el ayuno eucarístico (una hora previa a la comunión), por haber comulgado ya en dos misas ese día, por falta de formas consagradas adecuadas para los que no toleran el gluten (celíacos, p. e.), por no haber recibido aún la primera comunión, etc. En estos casos, sin embargo, se aconseja realizar la comunión espiritual.
- Imposibilidad física de acceder al sacramento de la Eucaristía, a causa de falta de sacerdotes o imposibilidad de acceder a ellos, como, por ejemplo, en la cuarentena.
- Para evitar el escándalo: como es el caso de los divorciados “vueltos a casar” que no pueden separarse (a causa de los hijos de esa unión, p. e.) pero que viven como hermanos (no more uxorio) y en gracia de Dios.
Importante: no existe recomendación oficial y explícita de parte de la Iglesia a realizar la comunión espiritual en estado de pecado mortal.
Quien cometió un pecado mortal:
Mientras no recupere la gracia de Dios, se equipara a quien vive en pecado mortal, por lo cual debe acercarse primero al sacramento de la Confesión.
Si le es imposible acceder a la confesión sacramental puede recuperar la gracia de Dios a través de un acto de contrición perfecta, es decir:
- dolor y repudio del pecado cometido y de todo pecado, motivado por el amor a Dios (de ahí su otro nombre de contrición de amor) y no sólo por el temor del castigo;
- con el propósito de confesarse sacramentalmente en cuanto sea posible.
Hay que tener presentes las palabras de Santa Catalina de Génova:
«No te confíes, pues, diciendo: yo me confesaré y conseguiré después la indulgencia plenaria, y al momento me veré purificado de todos mis pecados. Piensa que esta confesión y contrición, que es precisa para recibir la indulgencia plenaria, es cosa tan difícil de conseguir que, si lo supieras, tú temblarías con gran temor, y estarías más cierto de no tenerla que de poderla conseguir.»
Oración para Comulgar espiritualmente:
Jesús mío, creo que Tú estás en el Santísimo Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte ahora dentro de mi alma; ya que no te puedo recibir sacramentalmente, ven a lo menos espiritualmente a mi corazón.
Señor, no soy digno ni merezco que entres en mi pobre morada pero di una sola palabra y mi alma será sana, salva y perdonada.
El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
guarden mi alma para la vida eterna.
Amén.
Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. Tú no te ausentes de mí.
Te suplico, oh Señor mío Jesucristo, que la ardiente y dulce fuerza de tu amor, embargue toda mi alma, a fin de que muera de amor por Ti, a sí como Tú te dignaste morir de amor por mí.
Amén